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    No fue fácil convencerla para traerla a vivir a mi ciudad. En ocasiones, mi carácter dificultaba llegar a un buen entendimiento pero en el fondo nunca obro con maldad, y eso lo sabía ella. Es solo que debajo de mi coraza de gentleman hay un niño pequeño, inoportuno e insoportable que a veces sale y patalea.



    La vida prometía ser una gran fiesta junto a ella. Necesitaba de su alegría por la vida, su sonrisa mañanera mientras me observaba dormir y su fervorosa sumisión. Lo era todo para mí y conmigo no le faltaría de nada.



    Se había tomado un período de descanso, de manera que pensé en recompensar su decisión yendo de excursión al campo, así que organicé una el primer domingo que pasamos juntos.



    "Natasha, cariño. ¿Has visto que día tan espléndido hace? Prepara algo de comer que hoy va a ser el mejor día de picnic de toda tu vida." - En mi mirada apreció un destello de malicia picarona que no pude reprimir.

    " ¿Quééé? No me mires así, cielo. Sabes que mi corazón es rojo y tierno... como un picante."



    No tardamos en ponernos en camino aunque no nos llevaría más de una hora de viaje llegar a nuestro destino. No hablamos mucho durante el trayecto. A cambio, disfrutamos de nuestro amor, en silencio o escuchando en el CD uno de sus grupos preferidos.

    Antes de tomar el camino a nuestro destino le dije que pasaríamos a visitar a un viejo amigo, pues tenía unas caballerizas y quería regalarle un bonito y tranquilo paseo a caballo.



    Cuando llegamos, el anfitrión salió a nuestro encuentro con la mejor de sus sonrisas. Vestía ropa de faena y llevaba en la mano el bocadillo de media mañana. Tras las presentaciones oportunas nos condujo al establo.



    Armando es un hombre de etnia gitana próximo a la senectud pero físicamente muy bien conservado. Es muy amigo mío desde hace tiempo y siempre tiene un capricho difícil de satisfacer: gusta de las mujeres peludas, lo cual es raro de encontrar actualmente. Asimismo, quería sodomizar un ano bien domado, que aguantara la descomunal verga, venosa y morena que manejaba entre sus piernas y que le había servido en su juventud para labrarse un renombre entre los suyos como buen follador.

    Para mí había sido una fortuna conocerlo porque, con nuestras largas conversaciones, dio explicación racional a mis instintos más animales e impulsó mi faceta más perversa.

    Era el mejor momento para darle una alegría ya que hacía tres meses le había pedido a mi sumisa que se dejara crecer un bosque sobre el coño por una causa especial.



    Mi niña no pudo reprimirse y se adelantó a nosotros para acariciar a tan bellos animales. "¿De verdad vamos a montar uno de estos? A mí me gusta este negro, es precioso."

    "Sí. A eso hemos venido. Sin embargo, cielo, el paseo por este paraje tiene un peaje que a buen seguro no te costará satisfacer." - Por un momento tan solo se escucharon las chicharras, molestos avisadores de la temperatura que nos esperaría ese verano.



    Una vez más estaba ganándome el título de cabrón adorable que ella me puso cuando nos conocimos.

    La besé en la frente tiernamente y la cogí de la mano. "¡Armando, ya puedes traer la jaula!" - A mi niñita se le abrieron los ojos. Siempre había deseado una y por fin tendría ocasión de probarla.



    Mi viejo amigo apareció portando una gran jaula que dejó a unos metros. Se acercó.

    "Hey, mira qué te he traído. Dime, ¿desde cuando no has visto un coño de pelos tan exagerado?" - Le dije a él, levantando la falda del vestido. "Toca, joder, toca. Que es un regalo que te hace tu amigo por los viejos tiempos."



    Armando o el 'mulo' como le solían llamar los que conocían su vida sexual, no dejaba de sobarla descaradamente y se la comía con la vista de un viejo que no se cree que vaya a follarse una chica joven…



    Le quité el vestido, la descalcé, y preparé a mi rabbit girl de la manera más sencilla: unas orejas de disfraz de conejo en la cabeza; una dentadura de dientes largos que graciosamente le caían sobre el labio inferior; unos bigotes pintados con rotulador; una trufa de animal sobre su naricilla; un plug anal con rabo de conejo; calcetines tobilleros de color rosa; y unas manoplas rosas estrechas. Sin embargo, la verdadera humillación vendría más tarde.



    "Huele este aire, nena. [Inspiré llenando completamente los pulmones] Estás en una cuadra y no eres distinta de los animales que hay aquí. Mírate, eres un animal de presa. Tírate al suelo, puta coneja." – Enseguida la metimos en la jaula a patadas y empujones.



    A Armando le gustaba la caza de conejos. Con sus colegas, disfruta de este hobby todos los domingos en un coto cercano. Hoy sin embargo la presa le sería servida. "¡EMPIEZA LA CAZA DEL CONEJO!" - Grité para avisar a los otros dos que estaban esperando. Ella quedó estupefacta, mirando a todos lados.



    Yo quedaría allí observando que se cumplieran los límites acordados. La sesión se desarrolló de la siguiente manera:



    Metieron las manos entre los barrotes para tocarla mientras sus pollas crecían. Yo me apresuré e introduje una tartera llena de paté de cerdo por el comedero y, empujando su cabeza, la obligué a engullir como lo que era.

    Se lleno toda la boquita, lo cual complació a los presentes que no tardaron en desnudarse. El dress code impuesto era el sombrero de paja, botas de faena y camiseta de tirantes sucia. El anfitrión portaría un cinturón de cuero, disponible para el que lo necesitase.



    Armando abrió la jaula, y acercó hacia él la grupa de aquel bello animal peludo para azotarlo. La doblegó con insistencia, una y otra vez, soltando improperios y blasfemando. El animal soltaba grititos. Bastaron treinta correazos para que sus ojos se encharcaran. Se volvió a cerrar la jaula.



    Jonathan fue el siguiente. Él había visto algunas películas de fisting y no podía creer que a una hembra le cupiera un puño en el coño. Como hombre incrédulo, su deseo fue satisfecho. Él mismo lubricó a mi sumisa y poco a poco fue introduciendo su mano de obrero de la construcción en el orificio que aún estaba por construir, a la vez que se masturbaba.

    Ciertamente, la postura la incomodaba pero al final, la mano rebasó ese escalón que tienen todas las vaginas y murmuró algo ininteligible mientras se meaba de gusto. Todos reímos jocosamente con aquel suceso.



    Y por último, Luis. Un chico que aún siendo joven apuntaba maneras como depravado de primera categoría. "Este animal huele a Channel nº5 y eso no puede permitirse en esta granja" - Dijo mientras se bajaba los pantalones. Orientó su ojete hacia el comedero y soltó unas cuantas piezas que había estado criando desde hacía un par de días. No la alcanzó pero el olor le hizo vomitar una vez. También orinó sobre su espalda, pues es bien sabido que los animales de corral suelen tener un fuerte olor repugnante.



    Finalizados estos trámites. Volvieron a abrir la jaula para follarla indistintamente por ambos agujeros, escupirla, insultarla y tirarle cubos de agua encima.



    Sólo cuando todos los demás satisficieron sus necesidades, llegó el bribón de Armando, portando esa obra de bioingeniería con la que la madre naturaleza le había dotado. Llegó el momento que tanto tiempo había esperado. Se arrodilló y metió aquel calibre por el ano de la coneja. Fue como un fisting anal. Ella estaba toda contraída y le temblaban las piernas. Me apresuré y sostuve yo mismo un DVD portátil con cortometrajes de bestialismo para que ella pudiera ver. A mi zoofílica amada le encantaría ese detalle pues le serviría para remarcar lo inusual de que no todos los días se ve a un hombre mulo follarse a una puta coneja.



    Los perros de caza merodeaban inquietos por allí, olisqueándolo todo y observando incrédulos la curiosidad del ser humano por humillar, y por ende, de ser humillado.

    Después de un rato, quince sacudidas fuertes le sirvieron para correrse, y entonces, ella cayó rendida.



    Les pedí que nos dejaran a solas.

    "¿Todo bien?" [Poniéndole un albornoz]

    "Estoy mareada. Ha sido una sesión dura. No me esperaba un día de camping como este."



    Se acercó al caballo semental en el que dos horas antes había reparado con inusitada emoción preguntando si ahora podríamos pasear igualmente. Extendió la mano para acariciarlo y rompió a llorar.

    "Mi vida, soy tan perverso como tú deseas. ¿Por qué lloras entonces?"

     

    "Porque me haces muy feliz."

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